Pese a probar y demostrar en numerosas y masivas exhibiciones públicas por toda España que su motor funcionaba con agua, la superioridad mandó ponerlo en punto muerto y olvidarse para siempre del 'invento' del extremeño Arturo Estévez Varela. La orden, al parecer, llegó de la más alta instancia, nada menos que del mismísimo general y caudillo Francisco Franco. El dictador decidió zanjar la polémica entre los que defendían la viabilidad del proyecto y los que sostenían la imposibilidad de que pudiese llevarse a la práctica. Con ese fin encargó a la Escuela de Ingenieros un informe técnico sobre el particular y a la vista del dictamen desfavorable ordenó que no se volviera hablar del asunto, porque «ya se ha hecho bastante el ridículo».
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